Entre febrero y marzo, debido a los brotes masivos de la variante ómicron, China activo la política de tolerancia cero al COVID-19 en algunas zonas de su territorio, llevando al confinamiento –total o parcial– a 45 ciudades y 300 millones de personas que, de acuerdo con cálculos del banco de inversión Nomura, representan aproximadamente el 26% de la población china y el 40% de su producción económica.
Entre las ciudades confinadas están Shenzhen y Shanghái, lo que ha encendido las alarmas por su importancia para el suministro global y para la economía china en particular: la fábrica del mundo.
Cabe mencionar que el Producto Interno Bruto (PIB) de Shenzhen equivale al 11% del valor total de la economía china, y que opera el tercer puerto de intercambio de mercancías más importante del mundo.
En tanto, Shanghái alberga el puerto con mayor tráfico del planeta, por lo que el confinamiento parcial se refleja en miles de contenedores apilados, lo que nuevamente pone en jaque la cadena de suministros global al incrementar los tiempos de entrada y salida de importaciones y exportaciones. En 2021 este puerto representó el 17% del tráfico de contenedores de China y el 27% de las exportaciones del país asiático.
Y aunque para algunos analistas la situación debería regularizarse hacia mediados de mayo, también advierten que si China no logra contener el repunte de casos del virus o no da un giro a su política de tolerancia cero y aprende a vivir con él –al entrar a una fase endémica–, su apertura e interacción global seguirá siendo un factor de riesgo para todo el orbe.
El severo confinamiento que se activa para eliminar el virus en su territorio, cada vez que se detecta un brote, ha impedido que su población desarrolle inmunidad natural.
Las consecuencias serán cadenas de suministro tensas, flujo de importaciones lento y más presiones inflacionarias.